La Agencia Federal de Investigaciones es la central de inteligencia en Argentina. Se llamaba Secretaría de Inteligencia y le cambiaron el nombre, pero sigue siendo la oficina desde la que se hace inteligencia, en especial, sobre las actividades internas del quehacer político y social de este país.
En Argentina no tenemos una agencia federal de investigaciones de verdad que investigue delitos complejos de manera profesional. La Policía Federal, que tiene toda clase de divisiones con nombres que cubrirían las expectativas están lejos de cumplir los objetivos. Falta de presupuesto, de vocación política, exceso de estructura, problemas que toda policía puede tener.
Sería interesante que un desprendimiento de la policía pudiera generar una agencia independiente porque la policía está mucho más cerca de producir una investigación de calidad que una agencia de inteligencia.
Una agencia de inteligencia se mueve con un presupuesto secreto, misiones secretas, algunas leyes de goma y mucha libertad. La naturaleza de una agencia de inteligencia es ser invisible, pero nunca transparente.
Una investigación, para ser material de la Justicia debe tener, ante todo, prolijidad. No se puede trabajar con presunciones, las pruebas (como las “escuchas”) deben ser obtenidas en forma legal, certificadas de alguna manera y preservadas con igual número de certificaciones y papeleo. Se quejaba el fiscal Nisman del material que le entregaba el espía Stiusso: “ésto no es judiciable!”, le reprochaba.
Así como en la Argentina corrupta policías expertos en secuestros fueron encontrados secuestrando gente, nuestros servicios secretos se transformaron en la cuna de muchos delitos que debían combatir. Los mercenarios en los que se han transformado nuestros espías sirven para apretar, extorsionar, recolectar dinero negro de organizaciones que están fuera de la ley, ensuciar a políticos, empresarios y gente de la farándula y corromper a la Justicia.
Si bien es lógico tener una agencia de espionaje, en las circunstancias actuales no sirven en lo más mínimo para ninguno de los propósitos que están en la misión de la institución, son un colador en el peor sentido: son obvios, inorgánicos, gastan cifras descomunales y no podrían ser más efectivos ni transformándose en James Bond y Jason Bourne de la noche a la mañana.
Y es mucho más lógico construir una agencia de espionaje desde los mejores cuadros de una policía especializada que a la inversa: aflojarle el papeleo a un buen burócrata es mejor que exigírselo a alguien acostumbrado a ser un líbero completo: no entiende el propósito.