No es la caja negra de un avión, es una expresión que acuñamos los esarrolladores de software cuando hablamos de un paquete cerrado, sin los códigos fuente, pero que hace lo que tiene que hacer: si es un microondas, uno abre la puerta, mete la taza, cierra la puerta y toca el botón. Se calienta el café, uno espera un poco y suena el teléfono. Es un proceso.
Pero, estas cajas negras hacen que el desarrollo de cosas nuevas se haga lento. Los fabricantes de microondas se sentirían horrorizados si supieran que uno abre su aparato para interconectarlo con un interruptor que pasa nuestras llamadas a otra ciudad.
Bueno, en el mundo de las computadoras, los aparatos que permiten un cambio de software pueden ver cómo la comunidad los hace avanzar hacia dimensiones totalmente inesperadas. Si hoy quisiera comprar un firewall de primera línea que puede costar decenas de miles de dólares, tendría para elegir también uno que cuesta menos de cien dólares, que fue pensado para uso hogareño y que ahora, gracias a la comunidad tiene la capacidad de hacer más cosas que su versión de lujo.
El software que le metieron a esa baratija tiene más prestaciones incluso. Y si algo no me gusta, puedo modificarlo. Y si algo no me anda, puedo preguntar a otros usuarios (o consultar las preguntas que ya hicieron otros) para que me ayuden a resolverlo con una gran efectividad.
Siempre bajo la premisa de que no puedo ser el primero al que le paso algo así (que es la primera mentira que nos quieren hacer creer los de soporte: “Es la primera vez que alguien nos dice esto!”, bah!) busco en Google y encuentro la respuesta.
La riqueza de pelear y encontrar respuesta, versus la miseria de llamar por teléfono o mandar un mail y tener que esperar en línea porque las comunidades no se forman alrededor de las cajas negras. Las comunidades se hacen fuertes sólo cuando se adueñan del producto. Hasta ese entonces son anémicas expectantes de lo que sale de un sólo gran agujero cuadrado
que producirá otra caja negra.