Daniel Scioli sale a la palestra, recién después de las PASO. Hasta ese momento, la posibilidad de que Cristina lo quitara de la contienda electoral revoloteaba insistente. A pesar de que en las encuestas medía mucho mejor que Florencio Randazzo, Cristina se resistió, casi hasta último momento, a incluirlo como “heredero del modelo”. Scioli siempre se mantuvo a una distancia prudencial y ambigua.
Esa distancia también le sirvió para que el electorado no fijara nunca sus ojos en él. En la provincia que dirige las elecciones mostraron que le va mal donde más se lo conoce. El peronismo ha perdido el poder indiscutido en el distrito electoral más importante del país. Y eso que las prácticas electorales no son más limpias que las que pudimos observar en Tucumán el domingo pasado. El papel de la fiscalización, claro, fue central.
Daniel Scioli pudo sobrevivir al estrangulamiento de recursos que le impuso el gobierno central gracias a que paralizó todo lo que fuera gasto en su provincia. Salvo pagar magros sueldos, el gobernador desfinanció cualquier proyecto que no redituara en un impacto electoral medible. El ajuste que hizo fue grande, mucho más temerario que el que hiciera la alianza que proclamó a De La Rúa. Quedó a merced de las múltiples inundaciones que se produjeron en la provincia, y debe haberse encomendado a Dios con la ayuda de su amigo Jorge Bergoglio, porque hasta ahora el impacto real fue bastante disimulado. El mecanismo que utiliza se desnuda solo: el gasto figura en el presupuesto, las partidas se derivan a otros proyectos y el sello de “ejecutado” se le estampa a una carpeta vacía.
Scioli tuvo suerte -o ayuda divina- porque la provincia de Buenos Aires está en una situación desesperante en todo lo que sea infraestructura. Estamos al borde de un Cromagnon diario. Las inundaciones de La Plata produjeron una cantidad de muertos que Scioli se encargó de desaparecer. Si en sus declaraciones hubiera habido algo de congruencia podría haber deslizado la misma frase: no están ni muertos ni vivos.
Pero ahora las cosas están cambiando. Scioli en muy poquito tiempo de campaña nos mostró que puede hacer un viaje a Italia en el medio de una feroz inundación, enemistarse con las redes sociales que lo delataron y responder a destiempo y sin argumentos de fuerza a la ayuda que le ofreció Macri -su contendiente electoral- a la provincia mientras él no estaba.
Scioli no se ha mostrado confiado desde que terminaron las PASO. Envejece a pasos agigantados. La reconfiguración de su rostro es preocupante. La excusa del viaje era real, aunque inconveniente: el desgaste al que lo somete su propio partido es muy alto.
Para complicar más el panorama, Scioli no consigue despegarse de Cristina. Había soñado que para esta época ya podría mostrarse como algo novedoso y distinto -porque confía en la magia del marketing-, pero Cristina se le pega cada vez más. La presidente pretende mostrar que el candidato es el modelo, y que Daniel es una mera continuidad. Nada cambia.
Pero Daniel Osvaldo Scioli tiene capacidad para cometer sus propias torpezas. El último traspié lo cometió en Tucumán, provincia en la que quiso mostrarse ganador con un mal candidato, Manzur, en un sistema electoral complejo -y ridículo- y con prácticas clientelares aberrantes. Viajaron todos para festejar y se encontraron con una postal de protestas y represiones violentas. Era un velorio.
La imagen de 42 urnas electorales incendiadas destrozó el corazón de los argentinos. Se sumó, en una escala creciente, a las cuestionadas votaciones santafecinas, en las que el oficialismo ganó por un margen tan pequeño y cuestionado que lastimó la legitimidad de los socialistas que gobiernan hace, casi, una década.
En las primarias pudo verse que el robo de boletas opositoras fue un escándalo. Y eso alimenta la idea de que el poder central necesita un cambio. Eso dificulta la tarea del aparato peronista, ávida fábrica de voluntades falsas, y puede provocar una caída en las encuestas que, en lugar de mostrarlo ganador en primera vuelta, están empezando a dejar entrever un posible empate.
Si las encuestadoras empiezan a reflejar este panorama Scioli puede hacer sus valijas y recluirse en La Ñata. Si el peronismo hace -al fin?- un ajuste por perdedor, se volcará para apoyar a Sergio Massa y dejará al kirchnerismo que lo tiene a mal traer. Scioli no pudo hacer el salto que tanto le reclamaron, pero el resto del peronismo sí.
En ese caso, podría producirse el escenario que Massa predijo, enigmático, después de las PASO: y si el ballottage es entre Macri y Massa?