La imagen burda del botín de un mal pirata es la de José Francisco López: arrojando sobre la cerca de un convento bolsos con dólares, monedas exóticas, joyas y relojes.
Es todo tan brutal que todavía no entendemos del todo lo que significa: es el saliente Secretario de Obras Públicas del gobierno más corrupto de la historia argentina, a cargo del Ministro de Planificación Julio De Vido, pero que respondía sin intermediarios al núcleo de Néstor y Cristina Kirchner, la pareja presidencial de los últimos doce años.
La obra pública en Argentina fue la llave para transformar a todos los circuitos de poder en cómplices: gobernadores, intendentes, empresarios, medios de comunicación. Es difícil encontrar a alguien que haya quedado limpio. Es nuestro Petrolão, que erupta por canales distintos porque nuestros jueces han sido partícipes de la década ganada.
Y es esta Justicia corrupta la que tiene en sus manos al tipo que, in fraganti, está en la vidriera de todos los argentinos como el emblema de la corrupción. Una pena que los jueces federales estén tan sucios ellos mismos que no pueden aprovechar el inmenso valor que tiene este personaje. Cotiza fuerte quien podría costarle la gobernación a varios de los que ahora nunca fueron kirchneristas. O de quien puede imputar en crímenes graves a la ex presidente, a su entorno directo y su entorno más cercano. Empresarios, periodistas, parte de la iglesia. El que esté libre de López que arroje la primera bolsa.
José Francisco López es el clásico infeliz, servil chupa-medias que pondera una organización delictiva por su fidelidad. Si es sagaz, un criminal entiende que lo que hace poderoso a su jefe es que rompe las leyes, y que en el delito no hay lealtades que valgan porque la única regla es que romper las reglas genera beneficios. Y sí, José Francisco López es tan leal como imbécil.
El tipo enloqueció, enajenado por una droga que lo hace sentir más importante, le agarró un ataque de paranoia fuerte porque se enteró de que estaban por allanar a su jefe, y se decidió a enterrar el botín en el aguantadero de un amigo cura, obispo recién fallecido, que a pesar de tener una reputación nefasta contaba con la protección de la Iglesia. Bueno, ese aguantadero había sido levantado con dineros de subsidios estatales, así que era una forma de recuperar la inversión.
Por estas horas, aterrado, sorprendido por haber precipitado un desbarranque sin igual cuando trataba de salvar a sus jefes, leal en todo, José Francisco López está detenido por el juez Rafecas y se niega a declarar.
La organización delictiva en la que se erigió el kirchnerismo se apresta a contener al reo, pero los gobernadores que conservan un poder más sólido y real pueden inclinar la balanza de la Justicia, sobre todo porque están muy implicados por el escándalo. La Cámara Argentina de la Construcción emitió un comunicado en el que señala que Cristina Kirchner y Julio de Vido estaban enterados de todos los manejos de López. Hasta el momento ningún juez les pidió que declaren por sus dichos, pero una acusación tan grave es el mensaje inequívoco de que los empresarios no quieren caer solos.
Las eventuales declaraciones de López no son tan importantes cuando existe una cantidad tan grande de datos, denuncias que duermen en la Justicia desde hace ocho años, evidencias de todo tipo y similitudes tan marcadas con otros casos que configuran el modus operandi de una asociación ilícita.
La estática Justicia argentina se verá arrastrada por estos acontecimientos y el juez que primero ofrezca un resultado concreto se podrá subir al carro de los que vienen degollando.
Excelente definición, un plan de vaciamiento sistemático del Estado con complicidad de todos los que ahora “recién se enteran”