Es muy difícil analizar qué parte de lo que Scioli representa sobre si mismo es cierto. Cuando inició su carrera como motonauta cosechó una cantidad considerable de premios, pero es difícil encontrar el nombre del segundo competidor en muchas de las carreras que lo dieron vencedor. ¿Corría solo? En otros premios internacionales Scioli compite contra varios corredores de cierto renombre, pero como él es el único que corre en el circuito completo acumula más puntos y se lleva el título. Curiosa forma de ganar.
Daniel Osvaldo Scioli inició su carrera política con Alfonsín, acompañó a Menem, a Duhalde, a Néstor y a Cristina plegándose totalmente a su discurso. Puede decir que es un soldado leal, pero lo cierto es que, además de monótono y adormecedor, la mayoría de su discurso es falso y su palabra no tiene valor. Es una herramienta para servir a su amo.
Scioli se ha comportado en su carrera política como lo haría un minion: un eterno adlátere que no propone cosas propias, no tiene un discurso inteligible y, al final, es la herramienta de la destrucción de su jefe. Una pena que no tenga un ápice de la simpatía que tienen esos adorables seres amarillos de overol.
Si como todos sospechamos, las encuestadoras que lo dieron ganador estaban pagadas por él, Scioli mintió al electorado presentándose como la figura ganadora que no es. Defraudó a sus compañeros, al empresariado, al peronismo -que hubiera tenido a un mejor contendiente en Sergio Massa- y al electorado. No creo que haya engañado a Cristina Fernández de Kirchner, pero en breve es muy posible que ella lo señale como el artífice y responsable de la derrota. Es, a todas luces, muy injusto que así se proponga, pero sucederá en un país que se resiste a la verdad, una y otra vez.
La gravedad del accionar político de Scioli es considerable. Cometió un fraude y perdió. Engañó a todos los que se dejaron untar la mano por él y perdió. A las encuestadoras que lo daban ganador les queda el desprecio de la sociedad. Quizás alguna causa penal les toque si es que se comprueban los lazos entre sus fundaciones -fantasmas- sin fines de lucro y la administración de la provincia de Buenos Aires.
Dejó en una posición lastimosa a muchos periodistas que desde una ingenuidad hipócrita pretendieron creer la mentira de que Scioli ya ganó, a los empresarios a los que encegueció y que ahora nos resultan cobardes y egoístas, a los medios que le dieron un lugar preponderante, a Tinelli y el fútbol subsidiado y deforme que se juega en Argentina.
La escala del daño que produjo es muy difícil de medir, y es probable que la Argentina esconda las cicatrices de este engaño, acostumbrada a convivir con la ponzoña de la mentira, mucho más que al dolor intenso y pasajero que deviene de enfrentar la verdad.
Lo cierto es que esta mentira a quedado al descubierto, y cuanto más tarde Scioli en entenderlo de aquí al 22 de noviembre -cuando se define el ballottage-, más patente se hará en todos nosotros.