Lo primero que viene a mi mente cuando pienso en la línea de comando es que puedo administrar una computadora rápidamente y con gran contundencia aún en una conexión muy lenta. Funciona de mil maravillas. Cualquier lego que nos ve aporreando el teclado en un lenguaje totalmente críptico piensa que somos los amos de la matriz y eso le da un toque extra. Pero la línea de comandos es mucho, mucho más que eso.
La línea de comando es texto, y el texto es lo que nosotros ingresamos, pero también es lo que el sistema nos devuelve y esa es la parte más poderosa de tener como administradores, cientos de miles de programas que nos contestan con palabras y símbolos que recibimos en forma textual.
No se trata de una guerra del mouse contra las teclas, para nada. El mouse nos permite ver las cosas gráficamente y podemos tocar el botón que dice “Aceptar”. Y no me importa si es más rápido o más lento, es otra cosa. La interfaz gráfica ya nos está privando de esa salida que representan las simples letras.
El texto es reciclable. La salida de cualquier comando se puede usar para producir el ingreso en otro comando. Claramente, si mi procesador de comandos es lo suficientemente inteligente, la cosa se pone más divertida.
Fíjense en este comando, que en realidad son dos comandos, uname y aptitude:
user@server $ sudo aptitude install linux-headers-´uname -r´
siempre instala los encabezados del kernel adecuado porque hay otro comando, uname -r que nos devuelve la versión del sistema operativo. Estamos usando la salida de un comando para producir otro.
Podemos ejecutar un comando sí y sólo sí el comando anterior dió un resultado positivo
user@server $ mkdir /home/user && echo “Anduvo de maravilla”
y sólo se verá el cartel de las maravillas si el resultado del comando anterior funcionó. En el caso de que el directorio ya existiera el resultado será negativo porque no puede crearlo otra vez en el mismo lugar.
En este mundo tan alocado no existe ninguna convención que haya producido resultados tan poderosos. Se inventaron estándares para la comunicación interprocesos de los programas que se ejecutan con interfaces gráficas, pero no pueden hacer siquiera un poco de sombra, muy a pesar de su complejidad, al enorme poder de filtrar los resultados desde un procesador de texto para producir otro bloque en la cadena de ejecución.
Alguien me preguntaba por qué me resulta tan divertido Linux, y mucho es esto de poder poner un ladrillo arriba de otro para producir, con una velocidad notable, las respuestas a los problemas que se me presentan.
A los sistemas operativos que despreciaron esta poderosa herramienta, porque no la desarrollaron o porque la dejaron envejecer, les espera una puerta cerrada en las casas de los administradores de sistemas, nada más ni nada menos, que los amos de la matriz.