Me quedé atormentado. Me desperté sobresaltado y con la idea tremenda de que después de semejante paliza que recibieron los kirchneristas el clima electoral era taciturno, espeso.
Es raro. El domingo amanecimos con los diarios empapelados por las encuestas dudosas de Poliarquía, que ya dan por ganador a Scioli. Las encuestas no cubrían los distritos electorales de Santa Fé o Mendoza, pero el alcance nacional podía traccionar a favor de unos o de otros.
Era una clarísima violación a la ley de veda electoral, a menos que la venta de La Nación y de Clarín estuviera suspendida en esas provincias. Pero no, se vendieron igual.
El conteo de los votos, el festejo por el triunfo y las explicaciones del caso se dieron en un período breve, apresurado. En seguida las noticias eran otras.
El fiscal Javier De Luca desestimó la denuncia de Nisman el día que todos los que pensamos que el gobierno está tratando de encubrir su muerte teníamos que estar aliviados por su derrota electoral.
No puede ser casual.
Necesitaba saber si esta idea que llegó a mi mente por asalto era real. Le mandé un mensaje a mi fuente, pensando que contestaría en la mañana, pero su respuesta me llegó casi inmediata:
«JE! La jefa bajó la orden: no quiere que festejen»
Son ellos y nosotros de la manera más brutal. Recordé las palabras de Hebe: «al enemigo, ni agua». O como decía Perón: «al enemigo, ni Justicia».