A lo largo del tiempo, fuí aprendiendo a hacer las cosas que quiero hacer, y dolorosamente, las cosas que no. Dentro de esa lista de lugares que se deben esquivar, está la línea que dice:
No personalices demasiado a tu computadora, porque las computadoras van y vienen… o mejor dicho, siempre se van.
Mi primera experiencia fue hace unos… no sé cuántos años -empecé a hacer la cuenta y sentí vértigo así que paré. Utilizaba el sistema operativo OS/2 que, como el auto de Tucker, tenía muchas cosas que hoy soñaríamos con tener. Entre otras cosas, se le podía configurar el tipo de tipografía, los colores de fondo, cualquier cosa y hacer algo diferente en cada ventana!!! Era absolutamente increíble!! Conseguí tener un escritorio fenomenal, que era una explosión de creatividad… bueno literalmente hice explotar a este lindo sistema operativo porque, aunque en los estándares de la época, 32 megas de memoria era una enormidad, no era suficiente para mi nivel de complejidad y exigencias.
Plunk! Aprendí a no entusiasmarme mucho con los features o las características que ofrecen adaptaciones maravillosas. Aprendí con dolor a conformarme con lo que sale del paquete. En estos últimos años he sido un nómade que ha cambiado de barrio muchas veces.
Desde esa torre de aprendizaje, la sorna ante los púberes que
cambian y personalizan todo en sus computadoras: “yo uso todo como viene. Cuando tu computadora se rompa vas a entender por qué”.
Las cosas han mejorado. Y tímidamente empiezo a pensar, a sacar la cabeza del agujero para renacer a la idea de que puedo imprimir mi personalidad en las cosas computacionales que me rodean.
No tuve la horrenda experiencia de ponerle caritas a mi mensajero para descubrir que me habían infectado con virus y spam. Yo ya había aprendido a usar lo que hay. Pero esa economía de guerra termina cansando. Mis hijos no la entenderán como yo no entendí la manía de mi madre de guardar las cosas de aluminio, aunque fueran envoltorios de chocolate.