Hace muchos años, cuando yo era pequeño, los niños que no podían ver televisión tenían un gesto raro. Sobre todo cuando tenían que explicar que no podían ver tele. Los padres tenían ciertas convicciones que, realmente, eran un poco difíciles de digerir por todos nosotros.
-Cómo que no?
-Y, no, no me dejan.
-Pero por qué no?
-Porque dicen que es mala.
-Pero a vos qué programas te gustan? -sospechando lo peor…
-No sé, porque no tenemos televisión
-Y cómo saben que es mala?
-No sé
Pero hoy en día, y por suerte para todos aquellos papis, se puede vivir sin tele y no ser un paria, para gran alivio de los pobres parias. Claro que lo de vivir enagenado y todo eso, bueno, eso sigue. Las opciones ahora son mucho más variadas. Se puede ver videos en internet todo el día, o uno puede comprar las series favoritas que se venden en iTunes.
Una de las cosas que cada día parece más imposible es tener el tiempo para seguir una serie televisiva en los horarios establecidos por la televisión. Agravado por el hecho de que es horrendamente más cómodo mirar el catálogo de capítulos que no hemos visto, y hacer click para verlos cuando queremos.
Ya que estamos haciendo abuso de la nostalgia, puedo recordar claramente que en las primeras épocas de la televisión por cable, la programación venía sin cortes comerciales. Y uno sentía ese aire de superioridad que tienen los que han superado una adversidad para siempre.
La internet, en este momento, ofrece televisión sin propaganda. Pero ya están tratando de idear avisos que aparecen mientras estamos viendo el capítulo y es muy molesto. Los partidos de fútbol tienen esa clase de infección y dejan una pequeña ventana en la que se puede ver algo de deporte, mezclado con mensajes inútiles y estadísticas igualmente intrascendentes.
Lo que aparece a las claras, es que ese canal único que supo ser la televisión o la radio, ya no volverá a surgir.
Uno de los inconvenientes más grandes que tienen las personas que desean descansar y no tener que pensar más es que la gente en estos días se aburre mejor. Exige programación y cuando no la encuentra en un sitio, puede cambiar a otro de los millones de sitios que hay en internet y navegar sin rumbo hasta el infinito.
Recuerdo haber conversado con un productor de televisión hace muchos años, y me decía que “la gente, quiere eso, y qué querés que hagamos? Hacemos lo que la gente quiere, es una forma de democracia directa.” La pregunta era acerca de su vergüenza, de dónde la había malherido, pero esa clase de respuesta repetida me confirmó que era mejor no seguir averiguando.
Supe que se siguen editando los famosos “ratings” que marcaron con sangre las grandes batallas de la televisión hace un par de décadas, pero las mediciones sobre la cantidad de televidentes no me pareció muy real. Una de las señales de que la vieja televisión se reduce cada vez más es que la mitad de su tiempo en el aire parece reflexionar acerca de la otra mitad de una programación inexistente. Es una danza entrópica en la que todos se miran el ombligo para no enterarse de que pronto desaparecerán.
O para no entender lo que les dolería más: que ya no son importantes para nadie.