Le he dicho a mi mujer un millón de veces que exagerar no siempre es malo. Existe una creatividad que nace de tener a la mano un concepto que abre la idea para que se vea grande como con una lupa. También está el lucro que deviene de mostrar las cualidades superlativas de un producto que no alcanza los estándares mínimos, pero no es lo que queremos mencionar ahora.
Si te has convertido en un vendedor de autos usados, no sigas leyendo, no estamos en eso.
Todo lo que se puede decir de una exageración es poco. El verdadero arte de exagerar exige el abandono de las sutilezas para abrazar la grandeza de una verdad que ha sido inflada más allá de sus límites razonables.
Exagerar demanda también un salto de coraje que se anima a superar las miradas reprobatorias de quienes no se animan a salirse de sus moldes. Por encima de sus anteojos, personas que ni siquiera pretenden guiarse por nuestros datos nos echan un escaneo que busca en nuestras pupilas un detector de exactitudes. Ilusos.
Pero cuidado! Exagerar poco es como tener un auto de colección guardado bajo un trapo sucio. La exageración debe exhibirse con orgullo y la música a todo volumen. Podríamos tener una remera con la leyenda “exagero, que no es poco” para que el público pudiera deleitarse con la caricatura de nuestra poesía exuberante y desproporcionada.
Las exageraciones deben tomarse como un aperitivo. Nunca exageres en mangas de camisa. En el trabajo las exageraciones son para los breaks de café y galletitas insulsas. Le pone un poco de color a un mundo gris y estúpido. Pero cuando estés haciendo un reporte la exageración es tu enemiga número uno. Para el trabajo, la vaguedad y la indefinición son más profesionales. De hecho, si la realidad tuviera visas de exageración deberías atontarla con algo de uniformidad y decolorarla con palabras técnicas. Aplaudirán tu mesura y tu seriedad. Hasta podrías tener un aumento, pero es exagerado adelantarse y simplemente uno debe sonreir apenas y mirar hacia abajo.