Mi tiempo no vale nada

Qué hago? Pensaba ayer, podría darme una corrida y comprar ese gabinete ahora, pero no quería llegar tarde al médico. Tenía turno a las 15:30, el primer turno, pero pensé en llegar antes para evitar que alguien se me adelantara. Quizás me atendían antes y podía ganar tiempo, me ilusioné. Llegué al médico a las 15:10. Ya había allí una mujer, sin turno. Esta usurpadora, va a entrar primero, porque a pesar de que existe un sistema de turnos con horarios, se atiende al que llega primero. Una estafa.

Por supuesto, el médico llegó unos veinte minutos tarde, vengo esperando 40 minutos. Y atendió a la usurpadora antes que a mi. Mi consulta termina con una conclusión: van a hacerme una endoscopía para sacarnos la duda sobre si soy celíaco. Endoscopía para la que tengo que pedir turno. De ahí me voy corriendo porque no estaba tan lejos y porque el doctor me recomendó que hiciera la reserva personalmente.

Deben ser las 16:50, cuando llego al consultorio del cirujano me encuentro a una secretaria absurdamente ineficiente –es la mjuer del cirujano–, que toma los turnos en una carpeta enorme que no sabe manipular. Tengo a dos personas adelante mío, que suben en el mismo ascensor que yo. Entre papeles y tarjetas y una Tatiana que aparece cada tanto sólo para volver unos 5 minutos más tarde con unas fotocopias, tarda unos 20 minutos en atender a cada una de las dos personas que estaban adelante mío. No hay rastros de una computadora en su escritorio diminuto. Pero una cosa me alegró: tiene un nido de cables, porque tiene 1 teléfono, 1 portero eléctrico de calle, 1 portero eléctrico para la puerta, 2 postnets, 1 fax, todo esto en un horrible escritorito de 1 x 0,70m. Acabo de enterarme de que tengo que volver porque la señora se olvidó de poner la fecha. Un lujo.

Salgo cerca de las 17:40 y me voy corriendo para comprar el gabinete que tanto necesito… pero el local que los vende ya cerró. Debería cerrar a las 18:30, pero por algún motivo misterioso resulta que son las 17:50 y está cerrado. El local de enfrente, que pertenece a la misma firma está abierto, pero no me puede vender con tarjeta porque el postnet está del otro lado. Tengo que ir a un cajero: el de enfrente está cerrado por reformas, el del banco Itaú no puede leer mi tarjeta –nunca andan–, y el del banco de Galicia está a 3 cuadras. A correr en el calor pegajoso de marzo en Buenos Aires.

Milagrosamente pude aprovechar mi día porque lo estiré hasta la 1:45 del día siguiente, porque tenía que empezar a trabajar con el bendito gabinete y quería dejar el tema cocinado. Ahora claro, no? me pongo a pensar… Yo, que tenía anotado en mi agenda las cosas que tengo que hacer, que invierto en tecnología para ser más eficiente –bueno, también me dedico a eso– y que gasto tiempo y neuronas en hacer tiempo para compartir mi vida, resulta que tengo que subvencionar a unos vampiros a los que no les importa un comino el tiempo de los demás –no eran empleados del Estado– y no puedo hacer nada.

Ese mismo día me imaginaba poder mandar un mail a mi médico desde GMail, con la invitación al evento “atender a Tristán” y que él me lo aceptara para que quedara en la agenda de ambos, o me imaginaba tener una página web en la que tengo mi historia clínica –tipo Facebook– que yo puedo controlar con los agregados de mis médicos –que yo no puedo cambiar– para darle acceso a cualquier especialista que me atendiera, o para que el cirujano anote el turno sin que nos tengamos que encontrar en este disparate que es perder el tiempo tan horrendamente.

Pero no serán estos médicos, ni estos vendedores, ni esas secretarias… ellos se resisten al uso de la tecnología por ignorancia y egoísmo, y el tiempo los irá arrumbando en el olvido.

 

One Reply to “Mi tiempo no vale nada”

Comments are closed.