El software es casi etéreo. Casi, porque puede ser tele-transportado sin distorsión de una punta a la otra del planeta en pocos instantes. Es el producto de la abstracción del pensamiento. Podemos mirar un CD durante mucho tiempo, podemos sacudir un pen drive para ver qué ruido hace y no sabremos lo que tiene adentro hasta que no lo usamos en la computadora.
Cambiar de software puede ser penoso y costar mucho dinero, pero lo hacemos porque no queremos quedarnos atrás en los adelantos de la tecnología. Una empresa de software está hecha de personas y su capital son sus mentes. Los gastos de publicidad y de distribución pueden producir grandes curvas en los presupuestos, pero todo eso va a parar a una hoguera que extingue sus recursos cada año. Lo que queda es la gratitud de las personas que disfrutaron un producto que funcionó para sus vidas.
Steve Ballmer, CEO de Microsoft repite desde hace unos días que el software libre viola 238 patentes que están en posesión de su compañía. Dice que no desea litigar, sino que quiere negociar con los usuarios que instalen Linux y a los que eventualmente les interesa un pacto de no agresión entre compañías. Esto es: grandes empresas que poseen un gran capital y que tienen dentro de sus presupuestos una gran carpeta dedicada a las patentes.
Microsoft no necesita una inyección de efectivo que explique esta conducta extorsiva. Necesita elevar el costo que tiene Linux frente a los costos que tienen sus productos y que a partir de la nueva versión han duplicado sus precios de lista.
Las empresas que compran grandes paquetes de licencias a Microsoft pagan muchísimo menos de los casi cuatrocientos dólares que puede pagar un ciudadano común por un Windows Vista original con las prestaciones corporativas, pero es innegable que ahora Windows es más caro.
Cuando desea vender sus productos habla del TCO, que es el costo total de apropiación (Total Cost of Ownership) y lo compara con el de Linux, que no tiene costo por producto pero sí por soporte corporativo. Trata de explicar que tiene un producto más conocido y popular al mismo costo. Es la clave de sus ventas en los grandes clientes. Cuando se abre el ítem TCO de Linux que Microsoft incluye en sus panfletos se puede ver que uno tendrá que reservar una porción de dinero para defenderse de Microsoft en la Justicia.
Desde que aparecieron esos memorandos en los que se vincula fuertemente a Microsoft con Santa Cruz Operation la estrategia de perseguir y atemorizar con las patentes se hizo evidente en Microsoft. El caso que presentó SCO contra IBM por violación de copyright (no de patentes) está desmoronándose antes de empezar -aunque vamos tres años de litigios- por que SCO falló en presentar la evidencia que dijo que tenía en grandes cantidades. Las acciones de SCO subieron desde el dólar y medio a unos treinta dólares cuando recién empezó el caso, y ahora están por debajo de los ochenta centavos, muy por encima de la credibilidad que tiene la empresa hoy.
Ese desprestigio ahora salpica a Microsoft que dice que el software libre viola patentes sin dar la lista de las patentes en cuestión. Los analistas periodísticos ya no tienen miedo de defender al software de código abierto, al que pensaron liderado por un hippie que no sabe nada de leyes: la GPL de Richard Stallman proteje efectivamente a los creadores de software.
Esta actitud horrenda es un camino que Microsoft preferiría no tomar. El capital que arriesga es mucho y la ganancia es efímera. Y creo que cada vez quedan menos personas que puedan decirle gracias.